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Creo que sólo Pancho Sarría ha podido idear esta convergencia de geometría y fluídos como una manera de exorcizar de entrada cualquier atisbo de asociación con rigideces y líneas que no se pliegan a los secretos del alma, a los sentimientos y a la singular sonoridad del color de la que tanto sabía el suizo Paul Klee.
La obra de Pancho se conecta con la initimidad de un paisaje habitado por veladuras, registra también una evolución cromática que va de la austeridad a esta versión porosa y rítmica como la savia de la vida misma.
Que los nuevos trabajos del pintor se vean en Totoral cobra un sentido esencial, o, mejor aún, original.
Lo conecta con la naturaleza achaparrada del norte cordobés y también con los arcanos del artista que alguna vez estudió ciencias químicas, antes de graduarse de abogado.
Sus telas al igual que las de Signar Polke son testigos de una alquimia que está primero en la mente, luego en la mirada y, finalmente, en los pinceles que ejecutan con destreza la geometría líquida y sonora.
Alicia de Arteaga
Buenos Aires, julio de 2011
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